A
Lloyd Osbourne,
caballero estadounidense,
conforme a cuyos gustos clásicos
se ha ideado la presente narración,
ahora, a cambio de tantas horas deliciosas,
y con los mejores deseos, se la dedica
su querido amigo,
EL AUTOR
AL COMPRADOR INDECISO
Si los cuentos de marinos, al son de marinos cantos,
con tomentas y aventuras, y también con mares cálidos,
con goletas y con islas, piratas abandonados,
con algunos bucaneros, y también oro enterrado,
y si todos los romances, al modo antiguo contados,
exactamente igual que antes,
agradan cual me agradaron
a los jóvenes de hoy día
que son aún más avispados,
adelante, ¡ya empecemos!
Si no es así y el muchacho
tan estudioso de hoy día
ese apetito ha olvidado,
y olvidado también ha
a Kingston y a Ballantyne el bravo,
y a Cooper, el de bosques y el de barcos,
¡adelante, también! Y yo entonces,
con mis piratas cansados,
iré tranquilo a la tumba
do yacen con sus pecados.
Robert Louis Stevenson, La isla del tesoro
Alianza Editorial, Madrid, 1980
Traducción de Fernando Santos Fontenla
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