domingo, 16 de mayo de 2021

la historia de leaf


 




La señora Dewy se acercó, hablando a una persona y mirando a otra.

—Qué alegría, sí. Siempre pasa lo mismo cuando una pareja se entiende tan bien como Dick y Fancy.

—Eso será cuando no son demasiado pobres y tienen tiempo de cantar —dijo el abuelo James.

—¿Queréis saber, vecinos, cuándo llegan las estrecheces? —dijo el buhonero—. Cuando las botas de la hija mayor son solo una talla menor que las de la madre y el resto de la prole la sigue de cerca. ¡Esos son malos tiempos para un hombre, hijos míos! Muy malos tiempos. Me parece a mí que es entonces cuando le cortan la cresta al gallo.

—Así es, poco más o menos —asintió el señor Penny—. ¡Uno se queda de piedra cuando tiene que medir las hormas de madres e hijas para diferenciarlas!

—Tú no tienes motivos para quejarte de que los hijos vengan tan seguidos, Reuben —dijo la señora Dewy—. ¡Dios sabe cuánto se rezagaron los nuestros!

—Lo sé, lo sé —contestó el buhonero—. Y tú eres una mujer muy buena, Ann.

La señora Dewy esbozó una sonrisa y la borró sin llegar a sonreír.

—Y cuando vienen juntos se van juntos —dijo la señora Penny, porque en su familia ocurría lo contrario que en la del buhonero—. Con un poco de dinero se tolera mejor tanto una suerte como la otra. Y yo sé que esta parejita puede ganar dinero.

—¡Sí que puede! —saltó la impulsiva voz de Leaf, que hasta ese momento había estado admirando la escena humildemente desde un rincón—. ¡Se puede! ¡Solo hacen falta unas pocas libras para empezar! Nada más. ¡Me sé una historia que habla de eso!

—Cuéntanos tu historia, Leaf —dijo el buhonero—. No sabía que fueras tan listo para contar una historia. ¡A callar todos, que el señor Leaf va a contar una historia!

—Cuenta tu historia, Thomas Leaf —dijo el abuelo William, en el tono de un maestro de escuela.

—Había una vez —dijo el complacido Leaf, con voz titubeante— un hombre que vivía en una casa. El hombre se pasaba el día y la noche pensando y pensando. Al final, como podría haberme pasado a mí, pensó: «Con solo diez libras que tuviera podría amasar una fortuna». Y al final entre unas cosas y otras ¡consiguió las diez libras!

—¿Quién lo diría? —señaló Nat Callcome satíricamente.

—¡Silencio! —ordenó el buhonero.

—Bueno... Ahora viene la parte interesante. En poco tiempo convirtió las diez libras en veinte. Luego, poco después, las duplicó, y ya tenía cuarenta. Así siguió, y un buen tiempo después tenía ochenta y luego cien. Y poco a poco ¡llegó a las doscientas! No lo creeréis pero siguió y siguió y ¡llegó a las cuatrocientas! Siguió y... ¿qué hizo? Pues ¡llegó a las ochocientas! Sí, eso hizo —continuó Leaf, animadísimo, dándose puñetazos en la rodilla con tanta fuerza que se echó a temblar de dolor—. Y así siguió hasta que llegó ¡A MIL!

—¡Lo que hay que oír! —dijo el buhonero—. ¡Eso es mejor que la historia de Inglaterra, hijos míos!

—Gracias por tu historia, Thomas Leaf —dijo el abuelo William. Y Leaf volvió a convertirse poco a poco en nada.


Thomas Hardy, Bajo la verde fronda

Alba Editorial, Barcelona, 2019

Traducción de Catalina Martínez Muñoz

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