Su carrera se ha hecho leyenda. La historia de su vida parece mera ficción, pero sucedió en realidad. La mujer a quien llamaron «La Voz de París» nació en una acera parisina. La leyenda dice que dos gendarmes sirvieron de comadronas. Cuando su madre la abandonó, la niña perdió la vista. Sucedió esto antes que tuviera dos años. Su abuela, que se hizo cargo de la niña, no desesperó. Profundamente religiosa, la vieja señora la llevó a la ciudad de Lisieux y allí rezó a la santa patrona, Thérèse de Lisieux. Esta abuela se llamaba Louise, y rezó para que la santa curase a su nieta el día de Santa Louise, que es el 25 de agosto. Y el 25 de agosto la joven Edith Piaf recuperó la vista. Se aclamó el hecho como un milagro. Piaf meramente refería las circunstancias y añadía: «Milagro o no, lo agradeceré siempre». (Piaf tuvo una estatua de la santa en su mesilla de noche durante el resto de su vida).
A la edad de siete años, mirando el mundo como por primera vez, Edith Piaf no tenía tiempo para la infancia. Su padre, un acróbata circense, descubrió que ella sabía cantar. La llevó de esquina en esquina, haciendo el recorrido de bistrós, cafetuchos, garitos, cualquier lugar donde la oyeran. El trabajo era duro y, a los quince, abandonó a su padre. Sin embargo, había aprendido el lenguaje de la vida; conocía íntimamente las alegrías y miserias de las mujeres y los hombres comunes. Y había aprendido a cantar ante cualquier tipo de público.
No logró suscitar el interés de ningún empresario, y siguió cantando por las calles. Era tan orgullosa que rehusaba aceptar las monedas que la gente lanzaba a sus pies. Afortunadamente, una amiga que iba con ella no desdeñaba esas monedas.
El drama, tenazmente, seguía sus pasos. Louis Leplée, propietario de un club, la escuchó y la contrató un tiempo a prueba. Algunos meses más tarde, Leplée fue robado y asesinado. Arrestaron a Piaf. Parecía probable que la muchacha que había sido recogida de las calles estuviese implicada en el asesinato, o supiese quién lo había cometido. Todo el asunto, su probada inocencia y los escandalosos titulares de primera página apenas disminuyeron su reputación, que iba en aumento. Durante la ocupación alemana de Francia, Mlle. Piaf desapareció de la vista pública. Podían oírla sólo en los cafés inaccesibles donde se reunía la resistencia. Los soldados norteamericanos la aclamaron como el verdadero espíritu de París. Les encantaba su voz profunda y tempestuosa, henchida de los acentos terrenales del pueblo; amaban la música y las palabras, que unían esperanzas eternas y congojas con la sórdida vida de la metrópoli. Escritores como Jean Cocteau la colmaron de elogios (él murió el mismo día que Piaf, poco después que le dijeron que su amiga había fallecido). En 1947 saltó al estrellato internacional cuando el film francés Étoile sans lumière (Estrella sin luz) se estrenó en Nueva York.
Sus apariciones americanas fueron una serie de triunfos. Causó sensación en el Versailles de Nueva York, uno de los más distinguidos clubs de la época, y obtuvo un éxito personal jamás alcanzado allí por ningún otro artista. Sus actuaciones posteriores, en el Playhouse, en Broadway, en el Carnegie Hall y otros auditorios fueron históricas. Su primera presentación europea de etiqueta fue una «petición especial» en el Chez Carrère, a solicitud de la entonces princesa Isabel de Inglaterra; fue la única aparición de la princesa en los clubs nocturnos de París. Y la única artista solicitada fue Edith Piaf.
Aparte de sus galas neoyorkinas, Piaf ofreció una serie de conciertos por los Estados Unidos; la crítica juzgó que no era una simple artista de variedades, sino una gran cantante. Aunque muchas de sus audiencias no entendiesen las palabras, ella les hacía entender el espíritu con la dramática intensidad de sus interpretaciones y su magnetismo personal. Sus actuaciones en Canadá fueron una prueba más ardua. Pero no cabía ninguna duda acerca del resultado. Como el Daily Star de Montreal publicó: «Si Mlle. Piaf obtuvo tales triunfos ante un público cuyo dominio del francés es moderado, ¿cuál no podría ser el efecto frente a una audiencia que no sólo habla su misma lengua, sino que comparte la misma herencia cultural y además conoce de memoria, por las grabaciones, cada canción, cada inflexión vocal de Edith Piaf?».
Era menuda de talla, apenas llegaba al metro sesenta. Se vestía con sobriedad, siempre de negro. Y aun así, sin glamour y sin el menor apoyo o efecto escénico, sabía crear toda una serie de conmovedores dramas. Sin ser hermosa, era irresistible. A falta de un barniz «cultivado» para el «arte del canto», poseía una voz que era cálida y vencía espontáneamente. Con su estilo mitad burlón, mitad gutural, nos transportaba de inmediato al París del que siempre había sido parte viva. Fue el espíritu de Francia, doliente pero toujours gai, valerosa en medio del sufrimiento, audaz e indomable.
De las notas al CD: Edith Piaf, The Early Years, Vol. 3, 1938-1945 (DRG), producido y supervisado por Jacques Canetti
Traducción de niki