[The cinema has no boundaries. It's a ribbon of dream. Orson Welles.]
(1) Epítetos
—Dígame, Rueda: ¿Los siete magníficos?
—Magnífica.
—¿El largo y cálido verano?
—Larga, y muy cálida.
—¿El bueno, el feo y el malo?
—Buena... no... fea... no... mala.
—¿El increíble hombre menguante?
—¡Obra maestra!
—¿Y no cree que va a menos?
—¡Obra maestra! Masterpiece! Chef d'oeuvre! Aggg... My heart, mon coeur! ¡Mi cor...!
—¿Qué dice? No entiendo ni flauers, pero es usted divertidísimo. Me encanta.
(2) Psychokiller
—Verás, Óscar, es la primera vez que llamo.
—Pues bienvenido.
—Quería que me dieses tu opinión sobre algunas de mis películas favoritas.
—A ver.
—¿Calibre criminal?
—¿Qué? Eso está en vídeo, ¿no?
—Sí.
—Nada, nada. No la conozco.
—Y, ¿El precipicio de los asesinos?
—Ni idea. ¿Todas son así?
—Respira, muerto; Vamos a matarte antes del anochecer; Bloody Mary's Lover; Cool Clean Killer; Los colmillos de un oficinista; Viernes 13, Parte 12 + 1...
—¿Alguna más normalita?
—Blood Simple.
—Pasable.
—O sea, una pasada, ¿no?
—Eso. A propósito, ¿tú qué edad tienes?
—¿Yo? Catorce.
— ¿Y qué piensas ser de mayor?
—No sé... Psychokiller! Pero mi padre quiere que antes estudie Derecho.
(3) Yo, Pep
—¿Recuerda Cleopatra?
—¡Inolvidable!
—¿Recuerda la secuencia de la entrada en Roma?
—¡Cómo no!
—¿Y la fila de esclavos portando sillares de pirámides entre sarcófagos y hojas de limo?
—Vagamente.
—¿Se acuerda del tercero por la cola, un muchacho de diecisiete años con cara de chico del Poble Sec?
—Ni idea.
—Pues ése era yo. ¡Yo, Pep Roca!
(4) Joya perdida
—Llamaba a ver si me puede decir una película que vi hará unos cincuenta años. Me gustó mucho. Era en blanco y negro.
—Sí, por aquel entonces casi todas eran en blanco y negro, y una infinita gama de grises... ¿Y no se acuerda usted de nada más? ¿Algún dato, algún intérprete?
—Muy poca cosa. Yo era una niña. Recuerdo que salía el puente de Brooklyn envuelto en la niebla.
—Pero eso es como si no recordara nada. El puente de Brooklyn sale en cientos de películas. Por mí, podría empezar, pero no sé cuándo acabaría.
—No, déjelo. Me parece recordar que había una pelea.
—¿Entre gangsters?
—¡Sí!
—¿Y una persecución con muchos tiros?
—¡Eso es, ya lo voy recordando!
—Y, al final, el chico se casaba con la chica, supongo.
—¡Sí, sí! ¡Ésa es la película! ¿Sabe cómo se titula?
—Ni idea.
—Bueno, gracias de todos modos. Adiós.
.........
—Acaba de llamar un oyente. La película a la que se refería esa señora era Los chicos de la ciudad, con Carole Lombard y Edward Fenech. A él le causó la misma impresión.
(5) Abadesa
—Señor Rueda, ¿qué opina de Los Diez Mandamientos?
—Maravilla de maravillas.
—¿Y de La Biblia?
—Superproducción grandiosa.
—¿El evangelio según San Mateo?
—Sencillamente, obra maestra.
—Me agrada. Aunque debo añadir que su modo de expresión resulta muy singular, casi desconcertante.
—Hablo como pienso y pienso como hablo. Aunque, a veces, ni pienso lo que digo, ni digo lo que pienso.
—¿De veras? Soy la abadesa de un convento en Soria. Las hermanas se chiflaban con usted. Yo quería asegurarme de que el programa no atenta contra la moral.
—Madre abadesa, ¿podría aclararme una duda?
—Cómo no, hijo.
—¿Ha visto usted alguna película?
—Sí, una. Cuando era niña, los húngaros iban de pueblo en pueblo llevando el cinematógrafo... Trataba de un pobre gigante, que era a la vez monstruo y humano. Y finalmente sucumbía ante los hombres. Quede usted con Dios, señor Rueda.
Escrito por niki & Alan
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