[Uno de los invitados habituales del programa radiofónico «Viento de Cine» era el despiadado crítico teatral, señor Salas. Sus peculiaridades fonéticas, por ejemplo, para pronunciar la erre
(lo cual, según decía, le había venido de perlas cuando estudiaba francés), lo hacían aún más entrañable. He aquí dos breves muestras de todo ello.]
(1)
—Dígame, señor Salas, ¿qué obra piensa tirarnos hoy por los suelos?
—
Dos sombrgeros de copa.
—¡Cómo! ¡Vaya metedura de pata, tratándose de usted, el crítico más importante del país y parte del extranjero! Querrá decir, naturalmente,
Tres sombreros de copa, del insigne don Miguel Mihura.
—No, señor Rgüeda. Digo bien y me rgeafirgmo:
Dos sombrgeros de copa, y no más. Todo ello debido a la catastrgófica disposición visual de nuestrgos anfiteatrgos y a la sobrgealimentación de las nuevas generaciones.
—Explíquese, por favor.
—¿A usted nunca se le ha plantado delante un mocetón de esos que harían más servicio en una cancha de baloncesto que en un patio de butacas, erigiéndose imponente cual columna dórica? Total, que de los trges sombrgeros de Mihura, me quedo con dos, y grgacias. Casi casi, ni eso.
—Vaya por Dios. Pero bueno, ¿la obra se deja ver o sienta como un tiro?
—Yo me la conozco de memoria y me encanta. Pero no sabrgía juzgar íntegrgamente esta vergsión. Soy demasiado prgofesional para eso. Si al menos me prgeguntara por el cogote del tío que tenía delante...
—¿Y qué tal el cogote?
—Normalito.
(2)
—¿Señor Salas?
—Le oigo, señor Rgüeda.
—Díganos, ¿qué obra ha visto esta semana?
—Pues he visto
El jargdín de los cilicios, un engendrgo (¡uf, qué palabrgeja!)...
—Y que lo diga.
—...perpetrgado por un insigne plantel de figuras de prgimera línea de nuestrgo teatrgo.
—A ver, explíqueme esa paradoja.
—Muy sencillo. El tejsto no se sostiene. No hay tejsto. La trgama brgilla por su ausencia. Apenas hay escenario, ni luces. Los actores suficiente tienen con salir cada noche ante un patio de butacas sempitergnamente desiergto.
—¿Nada más que añadir?
—Sí. Cabe hacer mención de una joven futura prgomesa de la escena que tiene un papel insuficiente, pero que apunta.
—Algo es algo. ¿Y cuál es su papel?
—Ya le digo que es la apuntadora. El tejsto es tan absurgdo y demencial que parece imposible que entrge en ninguna cabeza humana. Si no fuese por ella, lo poquísimo, poquísimo, que queda de espectáculo, se iría al trgaste.
—Entonces, ¿recomienda a nuestros oyentes que vayan?
—Que vayan si quieren hacer una obrga de caridad. Si no, que se queden en casa viendo la tele. ¡Aburggr!
Escrito por niki & Alan