viernes, 12 de agosto de 2022
sábado, 16 de julio de 2022
domingo, 10 de julio de 2022
the great figure
I Saw the Figure 5 in Gold, 1928
Charles Demuth
The Great Figure
By William Carlos Williams
Among the rain
and lights
I saw the figure 5
in gold
on a red
firetruck
moving
tense
unheeded
to gong clangs
siren howls
and wheels rumbling
through the dark city.
La gran cifra
Entre la lluvia
y luces
vi la cifra 5
en oro
sobre un rojo
camión de bomberos
que avanzaba
tenso
sin que nadie oyera
el estruendo del gong
o la sirena que aullaba
o el fragor de las ruedas
por la ciudad oscura.
Traducción de niki
viernes, 8 de julio de 2022
lunes, 20 de junio de 2022
sábado, 21 de mayo de 2022
pieter bruegel el viejo
Juegos de niños, 1560. Dos monos, 1562. El triunfo de la Muerte, 1562-63. Cazadores en la nieve, 1565. La siega del heno, 1565. El pintor y el comprador, c. 1565.
Pieter Bruegel el Viejo
jueves, 12 de mayo de 2022
la vida es un sueño un poco menos inconstante
386. Si soñáramos todas las noches con la misma cosa, nos afectaría tanto como los objetos que vemos todos los días. Y si un artesano estuviera seguro de soñar todas las noches, durante doce horas, que es rey, creo que sería casi tan feliz como un rey que soñara todas las noches, durante doce horas, que es artesano.
Si soñáramos todas las noches que somos perseguidos por enemigos y agitados por estos penosos fantasmas, y que pasáramos todos los días con diversas ocupaciones, como cuando se hace un viaje, se sufriría tanto como si esto fuera verdadero y se tendría tanto miedo a dormir como el que se tiene a despertar cuando se teme estar, efectivamente, en semejantes desgracias. Y, en efecto, produciría esto poco más o menos los mismos males que la realidad.
Pero como los sueños son todos diferentes, y como uno mismo se diversifica, lo que se ve en ellos afecta mucho menos que lo que se ve durante la vigilia a causa de la continuidad, la cual no es, sin embargo, tan continua e igual que tampoco cambie, sino menos bruscamente, sino raras veces, como cuando se viaja; y entonces se dice: «Me parece que sueño»; porque la vida es un sueño un poco menos inconstante.
Pascal, Pensamientos
Espasa-Calpe, Madrid, 1962, sexta edición
Traducción de X. Zubiri
domingo, 1 de mayo de 2022
martes, 26 de abril de 2022
lunes, 18 de abril de 2022
domingo, 20 de marzo de 2022
mozart - flute quartets
domingo, 13 de marzo de 2022
cómo se salvó wang-fô
A una seña del dedo meñique del Emperador, dos eunucos trajeron respetuosamente la pintura inacabada donde Wang-Fô había trazado la imagen del cielo y del mar. Wang-Fô se secó las lágrimas y sonrió, pues aquel apunte le recordaba su juventud. Todo en él atestiguaba una frescura de alma a la que ya Wang-Fô no podía aspirar, pero le faltaba, no obstante, algo, pues en la época en que la había pintado Wang, todavía no había contemplado lo bastante las montañas, ni las rocas que bañan en el mar sus flancos desnudos, ni tampoco se había empapado lo suficiente de la tristeza del crepúsculo. Wang-Fô eligió uno de los pinceles que le presentaba un esclavo y se puso a extender, sobre el mar inacabado, amplias pinceladas de azul. Un eunuco, en cuclillas a sus pies, desleía los colores; hacía esta tarea bastante mal, y más que nunca Wang-Fô echó de menos a su discípulo Ling.
Wang empezó por teñir de rosa la punta del ala de una nube posada en una montaña. Luego añadió a la superficie del mar unas pequeñas arrugas que no hacían sino acentuar la impresión de su serenidad. El pavimento de jade se iba poniendo singularmente húmedo, pero Wang-Fô, absorto en su pintura, no advertía que estaba trabajando sentado en el agua.
La frágil embarcación, agrandada por las pinceladas del pintor, ocupaba ahora todo el primer plano del rollo de seda. El ruido acompasado de los remos se elevó de repente en la distancia, rápido y ágil como un batir de alas. El ruido se fue acercando, llenó suavemente toda la sala y luego cesó; unas gotas temblaban, inmóviles, suspendidas de los remos del barquero. Hacía mucho tiempo que el hierro al rojo vivo destinado a quemar los ojos de Wang se había apagado en el brasero del verdugo. Con el agua hasta los hombros, los cortesanos, inmovilizados por la etiqueta, se alzaban sobre la punta de los pies. El agua llegó por fin a nivel del corazón imperial. El silencio era tan profundo que hubiera podido oírse caer las lágrimas.
Era Ling, en efecto. Llevaba puesto su traje viejo de diario, y su manga derecha aún llevaba la huella de un enganchón que no había tenido tiempo de coser aquella mañana, antes de la llegada de los soldados. Pero lucía alrededor del cuello una extraña bufanda roja.
Wang-Fô le dijo dulcemente, mientras continuaba pintando:
—Te creía muerto.
—Estando vos vivo —dijo respetuosamente Ling—, ¿cómo podría yo morir?
Y ayudó al maestro a subir a la barca. El techo de jade se reflejaba en el agua, de suerte que Ling parecía navegar por el interior de una gruta. Las trenzas de los cortesanos sumergidos ondulaban en la superficie como serpientes, y la cabeza pálida del Emperador flotaba como un loto.
—Mira, discípulo mío —dijo melancólicamente Wang-Fô—. Esos desventurados van a perecer, si no lo han hecho ya. Yo no sabía que había bastante agua en el mar para ahogar a un Emperador. ¿Qué podemos hacer?
—No temas nada, Maestro —murmuró el discípulo—. Pronto se hallarán a pie enjuto, y ni siquiera recordarán haberse mojado las mangas. Tan sólo el Emperador conservará en su corazón un poco de amargor marino. Estas gentes no están hechas para perderse por el interior de una pintura.
Y añadió:
—La mar está tranquila y el viento es favorable. Los pájaros marinos están haciendo sus nidos. Partamos, Maestro, al país de más allá de las olas.
—Partamos —dijo el viejo pintor.
Wang-Fô cogió el viejo timón y Ling se inclinó sobre los remos. La cadencia de los mismos llenó de nuevo toda la estancia, firme y regular como el latido de un corazón. El nivel del agua iba disminuyendo insensiblemente en torno a las grandes rocas verticales que volvían a a ser columnas. Muy pronto, tan sólo unos cuantos charcos brillaron en las depresiones del pavimento de jade. Los trajes de los cortesanos estaban secos, pero el Emperador conservaba algunos copos de espuma en la orla de su manto.
El rollo de seda pintado por Wang-Fô permanecía sobre una mesita baja. Una barca ocupaba todo el primer término. Se alejaba poco a poco, dejando tras ella un delgado surco que volvía a cerrarse sobre el mar inmóvil. Ya no se distinguía el rostro de los hombres sentados en la barca, pero aún podía verse la bufanda roja de Ling y la barba de Wang-Fô, que flotaba al viento.
La pulsación de los remos fue debilitándose y luego cesó, borrada por la distancia. El Emperador, inclinado hacia delante, con la mano a modo de visera delante de los ojos, contemplaba alejarse la barca de Wang-Fô, que ya no era más que una mancha imperceptible en la palidez del crepúsculo. Un vaho de oro se elevó, desplegándose sobre el mar. Finalmente, la barca viró en derredor a una roca que cerraba la entrada a la alta mar; cayó sobre ella la sombra del acantilado; borróse el surco de la despierta superficie y el pintor Wang-Fô y su discípulo Ling desaparecieron para siempre en aquel mar de jade azul que Wang-Fô acababa de inventar.
Marguerite Yourcenar, Cuentos orientales
Ediciones Alfaguara, Madrid, 1982
Traducción de Emma Calatayud
miércoles, 2 de marzo de 2022
miércoles, 26 de enero de 2022
miércoles, 19 de enero de 2022
jueves, 16 de diciembre de 2021
viernes, 10 de diciembre de 2021
galería blanca berlín
Isabel Muñoz. Serie Barroco Roma, Italia, 1995
Oriol Maspons. Dalí en Portlligat, Cadaqués, 1966
Todo lo que apremia
pronto habrá pasado;
pues sólo es capaz de consagrarnos
lo que permanece.
Rainer Maria Rilke (Soneto XXII)
Galería Blanca Berlín, Madrid
Calle del Limón, 28